una carta en otoño

14 Abr

 

Gran Ciudá, Abril; desde mi rinconcito arrabalero…

 

 

Estelita, te podrá lucir extraño, anacrónico casi, pero la idea de tomar una hoja en blanco y mi lapicera de tinta azul («lavable», te aclaro, el azul oscuro no me gusta; en todo caso voy derecho a la tinta negra que tiene lo suyo), decía… y escribirte unas líneas (¿te acordás de los «secantes»?). Escribirte unas líneas que ¡ya! pongo en un sobre azul y -en el colmo del ridículo-  te alcanzo con un mensajero; (en moto, eso sí, tampoco la pavada). Y recuerdo las muchas cartas entre nosotras, las mías alcanzándote en ciudades ignotas, desiertos hostiles o selvas profundas.  Por suerte, ésta te alcanza aquí, en el barrio que platea la misma luna, donde al alma del suburbio se está quedando sin voz, ¡a tres cuadras de la pensión!, en tu nuevo depto. ¿Cómo vas con la decoración?. Me matan tus máscaras wadu wadu, ¿las vas a exhibir?. Ay, Estela, por más que me haga la boluda, tengo que darte la noticia y es ¡bomba!: Andrei volvió…


Lo supe anoche y por casualidad… me propongo ser fuerte. La sóla idea de que ese tarado interfiera en mi destino, me enferma. Pero ¿podré?. Sabés Estelucha, cuando lo pienso bien, incluso llego a ver que no es el «único» tarado que interfirió en mi vida. Y eso me llevó a reflexionar profunda y autocríticamente  (desde la partida de Andrei, justo es reconocerlo; de otro modo, tal vez hubiera seguido sosteniendo la ilusión del amor). Yo quiero ser una perra sin culpa, Estelita: estoy decidida a tener un marido, no sólo sin morir en el intento, sino con la determinación que da el deseo. Tarados, ¡abstenerse!. Después te llamo así te venís a tomar unos mates… hice roscas de pascua anoche y entre lágrimas con Doña Chola; la verdá que salieron ¡topísimas!.

 

Princesa…

Gracias