Princess testigo de la Historia: «El enigma Belgrano» (I)

18 Ago

EL ENIGMA BELGRANO

-Un héroe para nuestro tiempo-

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Tulio Halperin Donghi

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Historia y Cultura; dirigida por Luis Alberto Romero. Siglo Veintiuno Editores; Buenos Aires, 2014

ISBN 978-987-629-452-2

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                                      A doscientos años del nacimiento de Manuel Belgrano (1970)

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El ingreso en el mundo en 1770 de Manuel Belgrano tuvo lugar en una de las más expectables residencias del más opulento barrio deBuenos Aires -en la tercera cuadra de la avenida que hoy lleva su nombre, y hacia la esquina con el convento dominico del que su hermano mayor Domingo Belgrano iba a ser prior- sólo once años después del arribo de su padre, cuando este, un mercader ligur autorizado por orden regia a ejercer el comercio en la futura metrópoli del Plata, era ya dueño de la segunda fortuna mercantil de la plaza porteña; y ofrece quizás la mejor clave para la trayectoria de quien, habiendo apenas dejado atrás su  más temprana adolescencia, se constituyó desde su comarca de origen en activo participante en la laboriosa transición abierta por la crisis terminal de la monarquía católica, aún lejana a cerrarse cuando lo alcanzó la muerte a los cincuenta años de edad.  A lo largo de esa trayectoria había sido su constante aspiración conquistar para su nativa comarca rioplatense un lugar digno y respetado en el concierto de las naciones que esperaba ver surgir de las ruinas del que había arrasadod el vendaval revolucionario desencadenado en 1789.  Ese compromiso con el futuro lo había contraído Manuel Belgrano a la vez con un padre al que veneraba, y que por su parte había depositado en él las más altas esperanzas. Pero se equivocaría quien atribuyera la triunfal carrera mercantil de ese padre a la pericio con que había sabido manejarse en un futuro que por obra suya se estaba haciendo presente.  Y se equivocaría porque esos triunfos no habrían estado nunca a su alcance si su acción hubiera anticipado, en ese más estrecho escenario, las de los protagonistas de la etapa más innovadora del avance del capitalismo abierta en la segunda mitad del ochocientos.  Las razones que lo hubieran hecho imposible han sido lúcidamente exploradas por Stanley y Barbara Stein, que no dejan duda de que los esfuerzos de la monarquía católica nunca lograron debilitar el influjo que sobre los mecanismos administrativos con que contaba para ello ejercían los beneficiarios del desorden organizado que esta buscaba en vano dejar atrás.  En ese marco, el padre de Manuel Belgrano sólo pudo lograr su fulgurante ascenso porque era casi lo contrario de un precursor del futuro; lejos de anticipar a los self-made men del capitalismo triunfante,  Domenico Belgrano Peri era un beneficiario menor del vínculo establecido entre su comarca nativa y la monarquía católica en la tardía Edad Media. Había nacido en 1730 en Oneglia, una menuda ciudad de la costa ligur que formaba parte de la República de Génova, para ese entonces muy avanzada en su ocaso, en una familia que combinaba las actividades mercantiles con la percepción de los impuestos que el gobierno de esa arcaica república recaudaba en su ciudad nativa y en su territorio, aunque hacía  muchas décadas que Génova había dejado de ser esa sepultura del tesoro de Indias que Quevedo había evocado en una de sus más recordadas letrillas, y su papel en las finanzas españolas era apenas del que había sido hasta un siglo antes el suyo en las de Castilla-Aragón.  De esa relación sobrevivía lo suficiente para que en 1750, cuando su padre decidió enviar a Domenico a Madrid para que allí emprendiera una carrera mercantil independiente aunque estrechamente asociada con la propia, los contactos que ese vínculo familiar le abría con la administración regia y el alto comercio de la capital española le permitieran consolidar rápidamente su posición en ese más amplio escenario, hasta tal punto que nueve años mas tarde, cuando de nuevo su padre juzgó oportuno un traslado, esta vez a Buenos Aires, pudo desde el momento mismo de su llegada a la futura metrópoli del Plata, continuar avanzando desde una posición ventajosa en la carrera mercantil comenzada en la Península.

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Pero esa herencia de siglos en que se había apoyado Domenico para avanzar de triunfo en triunfo incluía algo aún más valioso que una envidiable red de contactos en la cime de la elite del poder y el dinero del imperio español: basta una primera ojeada a la corresondencia familiar recogida en los Documentos para la Historia del General Don Manuel Belgrano para comenzar a descubrir hasta qué punto había marcado el rumbo de esa vertiginosa carrera ascendente el art de faire madurado por sus antepasados a través de una experiencia vivida siquiera en un rincón muy modesto de esas commanding heights durante los siglos en que el eje de la economía europea desbordó los límites del mundo mediterráneo.  La huella de ese art de faire se descubre ya en la estructura de la familia fundada por Domenico Belgrano Peri en el año 1757, a los veintisiete años de edad, cuando contrajo matrimonio con una niña porteña integrante de un linaje de antiguo arraigo en la futura metrópoli del Plata pero bastante alejado de la opulencia, María Josefa González Casero, entonces de catorce.  El matrimonio tuvo en total dieciséis hijos, de los cuales once -ocho varones y tres mujeres-, vivían aún en 1795, al hacer Domingo en vísperas de su muerte su testamento definitivo, que registra también entre los derechohabientes al hijo pequeño de otra hija ya fallecida,  Lo primero que salta a la vista en esa estructura familiar es el papel positivo asignado a las hijas mujeres, dadas en matrimonio a agentes de Domenico en la Península, en el Alto Perú y en parajes de las tierras bajas donde él mismo se había hecho presente no sólo a través de sus actividades mercantiles sino también como pionero de una economía pastoral que no había avanzado muco más allá de la caza de ganado salvaje, Los insorporaba así plenamente a una famiiia que era también un diversificado sujeto colectivo que participaba como tal en las disputas por riquezas, poder y prestigio qye nunca cesaron de agitar a las elites de las Indias españolas.

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Al mismo tiempo, como lo sugiere el papel central asignado a las mujeres de la familia de Domenico en la consolidación del núcleo mercantil de una empresa familiar que extendía sus ambiciones hacia atodos los horizontes, la perpetuación de ese núcleo era en ella un objetivo que tenía absoluta prioridad sobre cualquier otro.  Y puesto que, para sobrevivir en las agitadas aguas de una economía abierta a todas las tormentas, esa familia que era a la vez una empresa no podía exceder una dimensión óptima, se imponía hallar un modo de disponer de los sobrantes que se acumulaban a cada nueva generación, entre los cuales era particularmenteproblemático el de varones que no podían encontrar ubicación en esa empresa.  Como consigna el testamento de Domenico, la suya les ofreció en el cuerpo de oficiales de los reales ejércitos una ubicación alternativa totalmente adecuada para quienes ocupaban por derecho de nacimiento un lugar en la cumbre de la sociedad indiana, así fuera a un costo considerable para el patrimonio de la familia-empresa, que su concentración en actividades mercantiles le permitó afrontar más fácilmente que a las que tenían una parte mayor de este inmovilizada en otros sectores de la economía.  Pero más aún que esa diferencia estructural, alejaban a la familia de Manuel Belgrano del modelo dominante en las otras de elite en la América española las modalidades de su funcionamiento interno.  La correspondencia a la vez familiar y empresaria reunida en los volúmenes de documentos publicados por el Instituto Nacional Belgraniano refleja el acuerdo esencial de todos los que participan en esa aventura en torno tanto a los objetivos hacia los que se orientan sus acciones cuanto al camino más adecuado para alcanzarlos, y los muestra discutiendo a partir de esas premisas compartidas -con una libertad que proviene de la confianza también por todos compartida en la lealtad con que cada uno de ellos sirve a la común empresa- acerca del modo más adecuado de afrontar cada uno de los desafíos que esta encuentra en su camino. Lo que hace posible esa concordia discors es la naturaleza misma de la empresa en que todos participan, reflejada en las premisas que todos comparten, y que son las que desde el ocaso de la Edad Media guiaron los avances de la alta finanza primero en el Viejo Mundo y luego en el mundo atlántico.  

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¿Cuáles son esas premisas?.  En primer lugar, desde luego, la ya recordada más arriba, que postulaba como norma de supervivencia que -por ventajosa que se presentase la expansión de esa empresa hacia los más variados sectores de la economía- el núcleo de sus acividades debía seguir siendo el manejo de los flujos de dinero a larga distancia; y de ella iban a derivar como corolarios las otras máximas que guiaron a los integrantes de la Casa de Belgrano en esos permanentes debates internos.  Ya el tercero de los documentos reunidos en el Tomo III, volumen II, de la recopilación emprendida por el Instituto Belgraniano anticipaba algunas de las peculiaridades del modus operandi inspirado por esas premisas.  Es este una misiva dirigida el 9 de agosto de 1779 por el licenciado cordobés José Manuel Martínez, síndico del convento de las Madres Teresas, a María Josefa González Casero en que le informaba acerca de la celebración que acompañó la graduación de su hijo Domingo Belgrano González como licenciado en Teología en el colegio de Montserrat, está redactada en el tono rendido que corresponde a quien había establecido con la opulenta familia porteña una inequívoca relación clientelar:

» El 14 de julio pasado recurso (sic) el grado de Licenciado en Teología, concurriendo a acompañarlo a su casa toda la comunidad de Santo Domingo, y mucha parte del clero y también varios seculares de distinción por esta causa, y la de una decente diversión que continuó hasta media noche.  Debería haber sido bastante costoso el refresco, pero habiendo corrido por mi mano el disponerlo, lo encargué a las madres Theresas (…) y mediante esta diligencia creeré se ahorrase lo menos un ciento por ciento, y vino a quedar su costo en 25 pesos, no obstante que sobró todo y estuvo muy decente. De esos 25 pesos abonó su compañero Juan Ignacio Gorriti 12 pesos 4 reales, con la que cargados los otros 12 1/2 pesos a los 205 que se depositaron para propinas, incluso los 5 de los bedeles, le vino a estar toda la función en 117 pesos 4 reales;  bien es verdad que de estos le han vuelto algunos de los Doctores sus respetuosas (sic, quizá por «respectivas») propinas (…) y entrando también los días de mi grado y oficio de Secretario, serán poco más de treinta pesos.  Supongo avisará a Ustedes quienes son los que han querido hacerle ese favor para que Ustedes lo tengan entendido, pues aunque es una cortedad, siempre es una demostración de afecto.»

El episodio refleja limpidamente todo lo que separa a los Belgrano Peri del resto de los linajes con quienes conviven en lo más alto de la sociedad indiana.  El dinero contante no es sólo para ellos el reducto central de la fortaleza que deben defender sin tregua contra sus rivales; es en su vida de relación la medida de todas las cosas, y por ello en el párrafo arriba citado lealtades y afectos se expresan y se miden en pesos y reales. Puede ser sorprendente que las laboriosas explicaciones que Martínez ofrece a la dama que controla los cordones de la bolsa de esta opulenta familia giren en torno a cifras que sólo iban a aflorar en la correspondencia de la contemporánea familia de Funes una vez caída esta e la más extrema penuria (en efecto, lo que el celo de Martínez y el afecto de los doctores que examinaron al nuevo licenciado ha restado a los 255 pesos de propinas y agasajos vinculados con la ceremonia sólo alcanzó, en los muy generosos cálculos de aquel, a 55 pesos); pero es que esas cifras miden tanto la disposición del síndico de las Teresas a poner al servicio de su patrocinadora las ventajas que derivan de su posición, no descollante pero tampoco insignificante, dentro de las elites cordobesas, cuando el afecto que los examinadores tributan al vástago de los Belgrano Peri.  Y por esta razón resulta esencial que llegue a estos noticia precisa de quiénes de entre esos examinadores, afrontando el modesto sacrificio pecuniario que les permitían sus limitados recursos, habían ofrecido un irrecusable testimonio de su lealtad a la gran familia con cuyo favor contaban. Esa lealtad hizo posible que la máquina de combate encabezada por Domenico y María Josefa funcionara en la ocasión con la máxima eficacia, y las cifras incluidas en la misiva antes citada reflejan también las consecuencias que ello alcanza en la relación entre esta y las familias rivales con quienes comparte la cumbre de la sociedad indiana.  Se menciona en ella a Juan Ignacio Gorritu, el condiscípulo dos años mayor que Domingo Belgrano González, cuya familia, que contribuyó tanto como la de este a sugragar los gastos inherentes a la promoción de ambos al grado de licenciado en Teología, figuraba entre las más influyentes de la vecina intendencia de Salta del Tucumán  -e iba a acrecentar aún más esa influencia una vez derrumbada la  monarquía católica-, y quien quedó totalmente marginado de la celebración de la que fue figura estelar quien en la correspondencia del capellán de las Teresas era respetuosamente invocado como «mi Don Domingo», y que, nacido el 13 de noviembre de 1768, tenía exactamente diez años de edad cuando coronó con tanto brillo la primera etapa de su formación.  La presencia de la parte tan considerable de la elite cordobesa que había acudido como a una cita de honor al festejo al que dio morivo la graduación del precoz licenciado es quí más significativa que el lenguaje que un paniaguado de sus padres emplea para evocarla.  Como no deja dudas el testimonio de Martínez, y era por otra parte invevitable en esa elite en perpetua guerra civil, el sector más cercano a la «comunidad de Santo Domingo», en torno a la cual el linaje de Belgrano había organizado su vida de piedad desde sus remotos orígenes ligures, y cuyos conventuales cordobeses habían concurrido en pleno a los festejos, tuvo en ellos el papel  protagónico, en compañía de quienes dentro del clero secular soportaban mal que tanto el colegio de Montserrat como la universidad siguieran en manos de la orden franciscana.  Pero si todo esto es muy claro y comprensible, no deja de ser notable que fuese el triunfo de un miembro menor de una familia que en rigor no pertenecía a la orgullosa elite cordobesa el que diera ocasión para que ese sector tan largamente postergado dentro de ella invadiera el espacio público con una celebración que era a la vez un desafío…

 

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by Princess, testigo mudo de               la historia patria

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