Princess testigo de la Historia: Belgrano y la Educación (III)

26 Oct

EL ENIGMA BELGRANO

-Un héroe para nuestro tiempo-

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Tulio Halperin Donghi

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Historia y Cultura; dirigida por Luis Alberto Romero. Siglo Veintiuno Editores; Buenos Aires, 2014

ISBN 978-987-629-452-2

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     Soldado del Regimiento de Patricios, primera milicia porteña                                                   

 

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Y a medida que los desengaños se acumulan en su camino lo veremos atribuirlos una y otra vez a la perverdidad y estupidez que afecta a los humanos. Sería injusto dirigir a Belgrano el reproche de los enemigos de la Ilustración que acusan a sus secuaces de profesar un amor a la humanidad en su conjunto que tiene por corolario el más intenso aborrecimiento para la inmensa mayoría de quienes la integran, que deja abierto el resquicio para la acción de la gracia; cuando espera que la Presidencia sobre la causa de la revolución no es que espere que esa acción devuelva a los malignos a la buena senda, sino que su milagrosa intervención logre lo que la acción humana no podría alcanzar hasta que una adecuada educación le enseñara cómo hacerlo.  Tal la conclusión a la que llega cuando recuerda en su Autobiografía de 1814 la jornada del 25 de Mayo de 1810, que fue el punto de origen de la revolución rioplatense:

» No puedo pasar en silencio las lisonjeras esperanzas que me había hecho concebir el pulso con que se manejó nuestra revolución. El Congreso celebrado en nuestro estado para discernir nuestra situación, y tomar un partido en aquellas circunstancias, debe servir externamente de modelo a cuantos se celebren en todo el mundo.  ¡Ah y qué buenos augurios!. Casi se me hace increíble nuestro estado actual.  Más si se recuerda el estado deplorable de nuestra educación, veo que todo es una consecuencia precisa de ella, y sólo me consuela el convencimiento en que estoy de que siendo nuestra revolución obra de Dios, él es quien la ha de llevar hasta su fin, manifestándonos que toda nuestra gratitud la debemos convertir a S.D.M y de ningún modo a hombre alguno.»

En efecto, Belgrano depositaba una firmísima fe en la capacidad regeneradora de la educación, e iba a aprovechar la oportunidad de ponerla a prueba que le brindó la decisión de premiar con la suma de cuarenta mil pesos plata la victoria por él obtenida en Salta el 20 de febrero de 1813 -que aseguró un nuevo plazo de vida a una revolución que parecía haber entrado en agonía-, disposición tomada por la Soberana Asamblea de 1813 cuando le llegó noticia de ese casi milagroso reverso de fortuna.  En su respuesta, Belgrano comenzaba por señalar hasta qué punto había encontrado chocante esa decisión, explayándose largamente sobre las razones de la reacción que saberse gratificado con ese premio había suscitado en quien tenía muy claro

» que ni la virtud  ni los talentos tienen precio, ni pueden compensar con dinero sin degradarlos; cuando reflexiono que nada hay más despreciable para el hombre de bien, para el verdadero patriota que merece la confianza de sus conciudadanos en el manejo de los dineros públicos que el dinero y las riquezas, que estas son un escollo para la virtud que no llega a despreciarlas, y que adjudicarlos en premio, a más de excitar la avaricia de los demás, haciendo que por general objeto de sus acciones subroguen el interés particular al interés público, sino que también parecen dirigidas a lisonjear una pasión abominable en el agraciado.»

Y agregaba que había buscado un modo de evitar un rechazo que podía ser visto como un signo de que miraba «en menos la honrosa consideración que por sus cortos servicios se había dignado  dispensarle la Asamblea», evitando a la vez que su aceptación de ese premio pudiese echar la sombra de una duda sobre ese honor que había resistido todas las tentaciones durante sus años de formación en Europa, y creía haberlo encontrado destinando

«…los expresados cuarenta mil pesos para la dotación de cuatro escuelas públicas de primeras letras en que se enseñe a leer y escribir, la aritmética, la doctrina cristiana y los primeros rudimentos del hombre en sociedad hacia ésta y el Gobierno que la rige, en cuatro ciudades, a saber, Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero (que carecen de un establecimiento tan esencial e interesante a la Religión y al Estado, y aún de arbitrios para realizarlo) bajo el reglamento que pasaré a V.E. y pienso dirigir a los respectivoc cabildos con el correpondiente aviso de esta determinación, reservándome el aumentarlo, corregirlo o reformarlo siempre que lo tenga por conveniente.  Espero que sea de la aprobación de V.E. un pensamiento que creo de suprema utilidad, y que no tiene otro objeto, que corresponder a los honores y gracias con que me distingue la Patria.»

El proyecto es fruto del momento más exitoso de la carrera de Belgrano como jefe  militar de la Revolución; victorioso en dos batallas que libró contrariando la opinión de los que dirigía la guerra desde Buenos Aires, y que no sólo a sus ojos permiten esperar un cercano desenlace favorable de la entera epopeya revolucionaria, ello lo incita a columbrar un futuro en que, desde su retiro en una finca de la comarca que ha sido teatro de sus hazañas, ejercerá con universal beneplácito una influencia bienhechora.  Y el reglamento que propone para las escuelas que ha decidido costear deja totalmente claros tanto los instrumentos que ha escogido para ejercer esa influencia como los lineamientos del nuevo orden que aspira a ver implantado en las ciudades favorecidas por su munificencia.  En cuanto a lo primero, el agente a quien confía el papel principal en esa feliz metamorfosis es el titular de una nueva magistratura que viene a agregarse a las que gobiernan a esas ciudades, el Maestro, a quien destina un sueldo anual de cuatrocientos pesos, deducido de los quinientos de rédito anual de los diez mil que ha asignado a cada una de esas ciudades, mientras los cien restantes los destina «para papel y pluma, tinta, libros y catecismos para los niños de padres pobres, que no tengan cómo costearlos», y si quedara aún algún sobrante para «premios en que se estimule el adelantamiento de los jóvenes». Las escuelas funcionarán «bajo la protección, inmediata inspección y vigilancia de los Ayuntamientos» que pagarán el sueldo del Maestro, por mitad cada seis meses, con intervención del  Síndico capitular, quien sólo podrá oponerse a ese pago «cuando el Maestro no haya cumplido con sus deberes».  El Maestro será escogido por oposición por un jurado en que «dos sujetos de los más capaces e instruidos del pueblo» designados por el Cabildo se agregarán el Procurador de la Ciudad y al Vicario Eclesiástico, cuyo dictamen, presentado al Ayuntamiento, se elevará a la consideración del donante, y sólo luego de su muerte tendrá el Cabildo la última palabra en cuanto a la designación del Maestro.  Varios de los artículos que siguen se ocupan de regular la inserción en la vida ceremonial de la ciudad tanto de ese nuevo sujeto colectivo integrado por los estudiantes de la escuela pública como del que ha pasado a ocupar un lugar entre los magistrados que la gobiernan. Así, en el Artículo 6 del Reglamento redactado por Belgrano, dispone que «cada seis meses habrá exámenes públicos, a presencia de los mismos individuos, ante quienes se verifica la oposición.  A los jóvenes que sobresalgan, se les dará asiento de preferencia, algún premio o distinción de honor»; el Artículo 7, que

«… en los Domingos de devoción y en los días de rogaciones públicas, asistirán todos los jóvenes a la Iglesia presididos por su Maestro: oirán la Misa Parroquial, tomarán asiento en la banca que se les destine, y acompañarán la procesión de Nuestro Amo. Todos los Domingos de Cuaresma concurrirán en la misma forma a oír la Misa  Parroquial, y las exhortaciones o Pláticas doctrinales de su Pastor,»

Y en el Artículo 8 que «en las funciones de los Patronos de la ciudad, del Aniversario de nuestra regeneración política, y otras de celebridad, se le dará asientos al Maestro en cuerpo de Cabildo, reputándosele por un Padre de la Patria».  El desempeño de quien es así colocado a la cabeza del esfuerzo regenerador debe ser celosamente vigilado desde el Ayuntamiento, a cuyo efecto, agrega el Artículo 21

» … los Regidores se turnarán por semana para visitar las escuelas y reprender al Maestro de los defectos que adviertan.  Cada uno en el Cabildo siguiente a la semana que le haya correspondido de turno, dará parte al cuerpo por escrito de lo que se hubiese notado y se archivará para que sirva de constancia de la conducta del Maestro por lo que pueda convenir»

Desde luego, sobre la autoridad del donante se yergue la del Fundador, que en el artículo vigésimo segundo y último toma la palabra en primera persona:

«Me será facultativo nombrar cuando lo tenga por conveniente un sujeto que haga una visita extraordinaria de otras Escuelas.  Me reservo la facultad de hacer las mejoras que el tiempo y la experiencia indiquen para perfeccionar este Reglamento»

Los once artículos centrales de ese Reglamento, desde el noveno hasta el decimonoveno, dictan las normas que regirán el funcionamiento de cada escuela: el calendario que fija el doble horario de clases (de siete a diez de la mañana y de tres a seis de la tarde entre octubre y marzo, y una hora más tarde por las mañanas y una más temprano por las tardes entre abril y sepriembre, (Artículo 10), la asistencia cotidiana de los alumnos «a Misa conducidos por el Maestro» y al fin de la jornada escolar el rezo de las «Letanías a la Virgen, teniendo por patrona a Nuestra Señora de las Mercedes», salvo los sábados, en que se cerrarán rezando «un tercio del rosario» (Artículo 11).  Y desde luego el contenido de la enseñanza allí impartida:  

«Se enseñará en esta Escuela a leer, escribir y contar, la Gramática Castellana, los fundamentos de nuestra sagrada Religión y de la Doctrina Cristiana por el catecismo del Padre Astete, Fleury y el compendio de Pouget, los primeros rudimentos sobre el origen y objeto de la sociedad: los derechos del hombre en ésta, y sus obligaciones hacia ella y al Gobierno que la rige (Artículo 5); … la mañana de los jueves y tarde de los sábados se destinarán al estudio de memoria del Catecismo de Astete que se usa en nuestras Escuelas y explicarles la Doctrina por el de Pouget» (Artículo 13).

Los tres libros escogidos por Belgrano habían sido usados con el mismo fin, y no sólo en España, sino en buena parte del mundo católico, desde su primera aparición, y seguirían siéndolo en los siglos XIX y XX.  El más antiguo de ellos, el catecismo de Gaspar de Astete -quien nació en Castilla la Vieja en 1537, cuando su fundador aún regía la Compañía de Jesús en la que iba a desplegar una brillante trayectoria-, fue publicado en 1599, y conoció desde entonces centenares de ediciones tanto en lenguas europeas como en otras vernáculas de territorios de misión.  El de Fleury, que el Reglamento menciona junto con el de Astete pero sin requerir su uso en la enseñanza, tuvo una difusión más limitada, pero también duradera, del mismo modo que el del abate Pouget, que sí iba a ser usado en las cuatro escuelas.  Así definidos los fundamentos doctrinarios de los que Belgrano desea dotar a la enseñanza, este pasa a definir también las normas de conducta y disciplina que quiere ver vigentes en ellas, en que se revela su preocupación por mantener un riguroso decoro en el castigo a quienes la violen.  Así el Artículo 15 autoriza a dar como penitencia a los jóvenes que se hinquen de rodillas, pero en ningún caso exponiéndolos «a la vergüenza pública, haciendo que se pongan en cuatro pies, ni de cualquier otro modo impropio»; el siguiente, que autoriza los azotes como castigo, dictamina que deben aplicarse «separado de la vista de los demás jóvenes», y el subsiguiente aborda el problema creado por la presencia en el alumnado de «algún joven que se manifieste incorregible» y dispone que sea «despedido secretamente de la Escuela» previa deliberación, es de suponer que también secreta, «del Alcalde de primer Voto, del Regidor más antiguo y del Vicario de la Ciudad, que se reunirán a deliberar en vista de lo que preveía y privadamente les informe el Preceptor».  Son estos los únicos pasajes del Reglamento que reflejan el influjo de las corrientes renovadoras deseosas de que la humillación dejase de ser el más favorecido recurso pedagógico; pero contribuye también a la adopción de ese criterio el temor, habitual en Belgrano, de que las escuelas por él fundadas fueran blanco de la maledicencia de los malvados e ignorantes, que lo lleva al extremo de exigir el secreto para la expulsión de alumnos incorregibles, acudiendo a un procedimiento que hace aún más seguro que una medida cuyos inmediatos efectos serían clamorosamente públicos daría pie al escándalo que trataba de evitar…

 

 

 

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  by Princess, su amiga                 pseudohistoriadora

 

 

 

 

 

Princess testigo de la Historia: «El enigma Belgrano» (II)

22 Sep

EL ENIGMA BELGRANO

-Un héroe para nuestro tiempo-

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Tulio Halperin Donghi

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Historia y Cultura; dirigida por Luis Alberto Romero. Siglo Veintiuno Editores; Buenos Aires, 2014

ISBN 978-987-629-452-2

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Otro corte digital de cómo era la antigua vivienda y un aljibe en uno de sus patios (Colimodio-Maddonni)

 Corte digital de la antigua casa donde nació y murió Manuel Belgrano (Colmodio-Maddonni)

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Cinco años después el mismo precoz bachiller, ya para entonces avanzado en la carrera que culminaría con la conquista de borlas doctorales en Teología, –se refiere a Domingo, hermano de Manuel Belgrano– anticipaba algunas de las claves de ese enigma en una carta en que comunicaba a su padre el mensaje que por su intermedio quería hacerle llegar Don Francisco González, en nombre de «todos los Aduanistas de Córdoba», víctimas de las «inhumanidades» practicadas en su contra por el visitador que controlaba sus actividades desde Buenos Aires.  No dudaba Domingo de que su padre se extrañaría de que hubiesen elegido a un «pobre colegial» para rogarle que se empeñase «para cosa al parecer tan ardua».  Pero, por sorprendente que ello fuese, era el caso que unos de esos aduanistas cordobeses, «Don Clemente Castro, se ha empeñado con Don Francisco Gonzáles, y este conmigo (suponiéndome para con Usted uno y otro con mucho valimento) para que yo escriba a Usted rogándole que coopere con el Señor Intendente, al asunto de mudar al visitador, y poner en su lugar a dicho Señor Don Clemente Castro», que decía tener además el apoyo de «casi todos los Aduanistas y muchos caballeros» de la capital del Virreinato, tan ansiosos como los cordobeses de contar para esa gestión con el de Domenico , cuya intercesión ante el intendente creen esencial para obtener un resultado favorable. Domingo juzga que no puede sino trasmitir a su padre no sólo por ser Castro «de noble porte» y de «buen nacimiento», y por añadidura «pariente de Don Miguel de la Colina», sino porque al procurar Castro y Fernández «que este pobre colegial  se empeñe con su Padre» no ignoraban que de acuerdo con los usos vigentes se comprometían a usar en favor del intermediario así elegido el influjo con que contaban en Córdoba, lo que lo lleva a cerrar el párrafo sumando su ruego al de los dos caballeros cordobeses («Usted haga todo lo posible…que así le quedaré yo agradecido y el dicho Caballero lo estará a Usted y a mí dispensándome en esta ciudad de sus favores»).  Y si al hacerlo Domingo omitió los circunloquios habituales en quien solicitaba un favor personal es porque tanto él como su padre tenían del todo  claro que no se trataba en absoluto de eso.  Así acababa de recordárselo el mismo Domingo a su madre, preocupada porque, según le habían llegado rumores, el escolar del Montserrat llevaba un tren de vida excesivamente rumboso dada su posición en el mundo.  No había nada de eso, le aseguraba el hijo; si le impresionaban las cifras de las cuentas que le llegaban de Córdoba era porque no consideraba

«que cuando un hijo está al lado de su madre si se le abre un punto en la media se lo cose, si se le rompe la chusa la remienda, si los zapatos los hace componer (…) lo que se gasta en casa no se apunta pero aquí todo se apunta por un medio que sea (…) pues vaya Usted juntando un poquito con lo otro poquito  y verá Usted que millonada sale»

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Pero convenía con su madre, que lo había acusado de ser ladrón de sus hermanos, en que había en la cuenta cosas que «aparecen superfluidades, que tal le parecerán que se hagan gorros blancos» para su uso en la quinta de Caroya  en la que los colegiales pasaban lo más duro del verano, o que se gastase tanto para forros; pero le hacía notar que todo eso 

«Es necesario para un colegial.  Y si esto es gastar Ustedes tienen la culpa que entré en el colegio adonde es preciso lo dicho: con que una vez que quiera tener el gusto que sea Doctor y colegial del Montserrat es preciso tener paciencia y si no alcanza el caudal lo más fácil es ser clérigo de misa y basta»

Y basta este argumento para que Domingo cierre triunfalmente el debate, porque está en lo jsuto cuando alega que al emprender la carrera eclesiástica lo hace como el integrante de una empresa colectiva en la que su compromiso es el de asegurar al linaje de los Belgrano Peri un lugar en la institución a la que se adscribe, que consolide el de ese linaje entre las elites del rincón del mundo al que el destino los ha llevado, y en efecto habrá cumplido plenamente ese compromiso cuando corone esa carrera como prior de la comunidad dominicana de Buenos Aires.  Si la entrega sin reticencia alguna de los integrantes de esa familia que era a la vez una empresa a los objetivos de ésta era capaz de atravesar las más serias turbulencias, se debía a que quienes la capitaneaban sabían que no podían equivocarse al asignar a sus integrantes las tareas más afines con sus talentos pero también con sus deseos, y en consecuencia el papel que las relaciones de autoridad y obediencia desempeñaban era su funcionamiento, ritualmente evocado al cerrar sus cartas por quienes eran en ella los subordinados, resultaba aquí menos central que en el modelo de familia patriarcal cuya vigencia ideal estaba apenas comenzando a ser corroída por la crítica ilustrada.  Era ya notable que tanto el hijo como el paniaguado del linaje de los Belgrano Peri usasen el plural para interpelar a la autoridad ante la cual se inclinaban reverentemente, como si a sus ojos Domenico y María Josefa ejercieran sobre ellos una magistratura bicéfala, y lo era aún más ver cómo incluso la relación de autoridad entre un Domingo adolescente y su padre cambiaba vertiginosamente de signo en el curso del breve párrafo final de la carta acerca de la gestión que le habían encomendado los dos caballeros cordobeses, que Domingo abrió informando a su padre que uno de esos caballeros, Don Francisco González -quien, a punto de viajar a España, se proponía pasar un mes en Buenos Aires antes de partir- habría preferido no parar en casa de los Belgrano Peri «por considerarla ocupada» si no fuera que «viendo que conjeturarían Ustedes determina y yo también el parar en casa» , y luego de ese brusco giro pudo ya cerrar el párrafo con algo muy parecido a una orden («dispóngale Usted un aposento para el tiempo que ha de estar»).  Con el paso del tiempo vemos a Domingo ofrecer sin reticencias, pero también sin estridencias, sus opiniones a un padre que aprecia cada vez más el maduro criterio con que su hijo sabe  manejarse en el mundo; el 6 de mayo de 1786 promedia los diecisiete años cuando escribe a Domenico acerca de los problemas suscitados por el desempeño de su hermano Francisco como estudiante en el colegio porteño de San Carlos:

«He sabido por varias partes -escribe a Domenico- que mi hermano menor Francisco ha tenido y tiene continuamenete pleito con sus superiores y mucho más que está totalmente disgustado con ese Colegio.  Todo lo he creído porque ha imitado a sus buenos hermanos que mayores ejemplos le hemos dado.  Al caso estando así  no me parece conveniente que aún lo mantenga Usted dentro gastando más y aprovechando menos, que todo esto se sigue dentro de lo primero; con que si yo tengo algún valimento encargo a Usted que supuesto ha de marchar con Manuel a la Península, lo tenga Usted en casa de donde podrá continuar, y no será el primer hermano que supo gramática sin estar en San Carlos.»

El 5 de noviembre del mismo año Domingo puede anunciar a su padre que el 10 del mes siguiente,apenas cumplidos sus dieciocho años, recibirá los grados de Maestro en Artes, a un costo que de nuevo excede en poco los 200 pesos, de los cuales más de 180 destinados a las propinas de rigor, y, aunque no deja de señalar que «esta noticia es preciso dársela a Madre con extensión» y que así lo está haciendo, esta vez parece sentirse suficientemente seguro de que tales cifras superarán sin incidentes el examen de la celosa guardiana del tesoro de los Belgrano. Tampoco lo intranquiliza que deba aún aprobar un examen para recibir el grado, y no sólo sobre este punto sino sobre lo que le queda por hacer en el Montserrat de Córdoba una vez superado ese escollo se esfuerza por disipar cualquier duda que pudiera tener su padre, a quien asegura: 

«Yo me hallo con salud y gustoso siguiendo mis tareas con el fin de concluirlas y para recibir el grado continúo el estudio del último examen que dentro de 6 días me voy a desempeñar, prometiéndome un buen éxito según he procurado prepararme.  En el Colegio me va bien, y espero, mediante Dios, concluir los tres años y medio que restan con mucho gusto.»

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   by Princess; testigo nada        mudo de la Historia…

Princess testigo de la Historia: «El enigma Belgrano» (I)

18 Ago

EL ENIGMA BELGRANO

-Un héroe para nuestro tiempo-

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Tulio Halperin Donghi

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Historia y Cultura; dirigida por Luis Alberto Romero. Siglo Veintiuno Editores; Buenos Aires, 2014

ISBN 978-987-629-452-2

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                                      A doscientos años del nacimiento de Manuel Belgrano (1970)

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El ingreso en el mundo en 1770 de Manuel Belgrano tuvo lugar en una de las más expectables residencias del más opulento barrio deBuenos Aires -en la tercera cuadra de la avenida que hoy lleva su nombre, y hacia la esquina con el convento dominico del que su hermano mayor Domingo Belgrano iba a ser prior- sólo once años después del arribo de su padre, cuando este, un mercader ligur autorizado por orden regia a ejercer el comercio en la futura metrópoli del Plata, era ya dueño de la segunda fortuna mercantil de la plaza porteña; y ofrece quizás la mejor clave para la trayectoria de quien, habiendo apenas dejado atrás su  más temprana adolescencia, se constituyó desde su comarca de origen en activo participante en la laboriosa transición abierta por la crisis terminal de la monarquía católica, aún lejana a cerrarse cuando lo alcanzó la muerte a los cincuenta años de edad.  A lo largo de esa trayectoria había sido su constante aspiración conquistar para su nativa comarca rioplatense un lugar digno y respetado en el concierto de las naciones que esperaba ver surgir de las ruinas del que había arrasadod el vendaval revolucionario desencadenado en 1789.  Ese compromiso con el futuro lo había contraído Manuel Belgrano a la vez con un padre al que veneraba, y que por su parte había depositado en él las más altas esperanzas. Pero se equivocaría quien atribuyera la triunfal carrera mercantil de ese padre a la pericio con que había sabido manejarse en un futuro que por obra suya se estaba haciendo presente.  Y se equivocaría porque esos triunfos no habrían estado nunca a su alcance si su acción hubiera anticipado, en ese más estrecho escenario, las de los protagonistas de la etapa más innovadora del avance del capitalismo abierta en la segunda mitad del ochocientos.  Las razones que lo hubieran hecho imposible han sido lúcidamente exploradas por Stanley y Barbara Stein, que no dejan duda de que los esfuerzos de la monarquía católica nunca lograron debilitar el influjo que sobre los mecanismos administrativos con que contaba para ello ejercían los beneficiarios del desorden organizado que esta buscaba en vano dejar atrás.  En ese marco, el padre de Manuel Belgrano sólo pudo lograr su fulgurante ascenso porque era casi lo contrario de un precursor del futuro; lejos de anticipar a los self-made men del capitalismo triunfante,  Domenico Belgrano Peri era un beneficiario menor del vínculo establecido entre su comarca nativa y la monarquía católica en la tardía Edad Media. Había nacido en 1730 en Oneglia, una menuda ciudad de la costa ligur que formaba parte de la República de Génova, para ese entonces muy avanzada en su ocaso, en una familia que combinaba las actividades mercantiles con la percepción de los impuestos que el gobierno de esa arcaica república recaudaba en su ciudad nativa y en su territorio, aunque hacía  muchas décadas que Génova había dejado de ser esa sepultura del tesoro de Indias que Quevedo había evocado en una de sus más recordadas letrillas, y su papel en las finanzas españolas era apenas del que había sido hasta un siglo antes el suyo en las de Castilla-Aragón.  De esa relación sobrevivía lo suficiente para que en 1750, cuando su padre decidió enviar a Domenico a Madrid para que allí emprendiera una carrera mercantil independiente aunque estrechamente asociada con la propia, los contactos que ese vínculo familiar le abría con la administración regia y el alto comercio de la capital española le permitieran consolidar rápidamente su posición en ese más amplio escenario, hasta tal punto que nueve años mas tarde, cuando de nuevo su padre juzgó oportuno un traslado, esta vez a Buenos Aires, pudo desde el momento mismo de su llegada a la futura metrópoli del Plata, continuar avanzando desde una posición ventajosa en la carrera mercantil comenzada en la Península.

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Pero esa herencia de siglos en que se había apoyado Domenico para avanzar de triunfo en triunfo incluía algo aún más valioso que una envidiable red de contactos en la cime de la elite del poder y el dinero del imperio español: basta una primera ojeada a la corresondencia familiar recogida en los Documentos para la Historia del General Don Manuel Belgrano para comenzar a descubrir hasta qué punto había marcado el rumbo de esa vertiginosa carrera ascendente el art de faire madurado por sus antepasados a través de una experiencia vivida siquiera en un rincón muy modesto de esas commanding heights durante los siglos en que el eje de la economía europea desbordó los límites del mundo mediterráneo.  La huella de ese art de faire se descubre ya en la estructura de la familia fundada por Domenico Belgrano Peri en el año 1757, a los veintisiete años de edad, cuando contrajo matrimonio con una niña porteña integrante de un linaje de antiguo arraigo en la futura metrópoli del Plata pero bastante alejado de la opulencia, María Josefa González Casero, entonces de catorce.  El matrimonio tuvo en total dieciséis hijos, de los cuales once -ocho varones y tres mujeres-, vivían aún en 1795, al hacer Domingo en vísperas de su muerte su testamento definitivo, que registra también entre los derechohabientes al hijo pequeño de otra hija ya fallecida,  Lo primero que salta a la vista en esa estructura familiar es el papel positivo asignado a las hijas mujeres, dadas en matrimonio a agentes de Domenico en la Península, en el Alto Perú y en parajes de las tierras bajas donde él mismo se había hecho presente no sólo a través de sus actividades mercantiles sino también como pionero de una economía pastoral que no había avanzado muco más allá de la caza de ganado salvaje, Los insorporaba así plenamente a una famiiia que era también un diversificado sujeto colectivo que participaba como tal en las disputas por riquezas, poder y prestigio qye nunca cesaron de agitar a las elites de las Indias españolas.

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Al mismo tiempo, como lo sugiere el papel central asignado a las mujeres de la familia de Domenico en la consolidación del núcleo mercantil de una empresa familiar que extendía sus ambiciones hacia atodos los horizontes, la perpetuación de ese núcleo era en ella un objetivo que tenía absoluta prioridad sobre cualquier otro.  Y puesto que, para sobrevivir en las agitadas aguas de una economía abierta a todas las tormentas, esa familia que era a la vez una empresa no podía exceder una dimensión óptima, se imponía hallar un modo de disponer de los sobrantes que se acumulaban a cada nueva generación, entre los cuales era particularmenteproblemático el de varones que no podían encontrar ubicación en esa empresa.  Como consigna el testamento de Domenico, la suya les ofreció en el cuerpo de oficiales de los reales ejércitos una ubicación alternativa totalmente adecuada para quienes ocupaban por derecho de nacimiento un lugar en la cumbre de la sociedad indiana, así fuera a un costo considerable para el patrimonio de la familia-empresa, que su concentración en actividades mercantiles le permitó afrontar más fácilmente que a las que tenían una parte mayor de este inmovilizada en otros sectores de la economía.  Pero más aún que esa diferencia estructural, alejaban a la familia de Manuel Belgrano del modelo dominante en las otras de elite en la América española las modalidades de su funcionamiento interno.  La correspondencia a la vez familiar y empresaria reunida en los volúmenes de documentos publicados por el Instituto Nacional Belgraniano refleja el acuerdo esencial de todos los que participan en esa aventura en torno tanto a los objetivos hacia los que se orientan sus acciones cuanto al camino más adecuado para alcanzarlos, y los muestra discutiendo a partir de esas premisas compartidas -con una libertad que proviene de la confianza también por todos compartida en la lealtad con que cada uno de ellos sirve a la común empresa- acerca del modo más adecuado de afrontar cada uno de los desafíos que esta encuentra en su camino. Lo que hace posible esa concordia discors es la naturaleza misma de la empresa en que todos participan, reflejada en las premisas que todos comparten, y que son las que desde el ocaso de la Edad Media guiaron los avances de la alta finanza primero en el Viejo Mundo y luego en el mundo atlántico.  

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¿Cuáles son esas premisas?.  En primer lugar, desde luego, la ya recordada más arriba, que postulaba como norma de supervivencia que -por ventajosa que se presentase la expansión de esa empresa hacia los más variados sectores de la economía- el núcleo de sus acividades debía seguir siendo el manejo de los flujos de dinero a larga distancia; y de ella iban a derivar como corolarios las otras máximas que guiaron a los integrantes de la Casa de Belgrano en esos permanentes debates internos.  Ya el tercero de los documentos reunidos en el Tomo III, volumen II, de la recopilación emprendida por el Instituto Belgraniano anticipaba algunas de las peculiaridades del modus operandi inspirado por esas premisas.  Es este una misiva dirigida el 9 de agosto de 1779 por el licenciado cordobés José Manuel Martínez, síndico del convento de las Madres Teresas, a María Josefa González Casero en que le informaba acerca de la celebración que acompañó la graduación de su hijo Domingo Belgrano González como licenciado en Teología en el colegio de Montserrat, está redactada en el tono rendido que corresponde a quien había establecido con la opulenta familia porteña una inequívoca relación clientelar:

» El 14 de julio pasado recurso (sic) el grado de Licenciado en Teología, concurriendo a acompañarlo a su casa toda la comunidad de Santo Domingo, y mucha parte del clero y también varios seculares de distinción por esta causa, y la de una decente diversión que continuó hasta media noche.  Debería haber sido bastante costoso el refresco, pero habiendo corrido por mi mano el disponerlo, lo encargué a las madres Theresas (…) y mediante esta diligencia creeré se ahorrase lo menos un ciento por ciento, y vino a quedar su costo en 25 pesos, no obstante que sobró todo y estuvo muy decente. De esos 25 pesos abonó su compañero Juan Ignacio Gorriti 12 pesos 4 reales, con la que cargados los otros 12 1/2 pesos a los 205 que se depositaron para propinas, incluso los 5 de los bedeles, le vino a estar toda la función en 117 pesos 4 reales;  bien es verdad que de estos le han vuelto algunos de los Doctores sus respetuosas (sic, quizá por «respectivas») propinas (…) y entrando también los días de mi grado y oficio de Secretario, serán poco más de treinta pesos.  Supongo avisará a Ustedes quienes son los que han querido hacerle ese favor para que Ustedes lo tengan entendido, pues aunque es una cortedad, siempre es una demostración de afecto.»

El episodio refleja limpidamente todo lo que separa a los Belgrano Peri del resto de los linajes con quienes conviven en lo más alto de la sociedad indiana.  El dinero contante no es sólo para ellos el reducto central de la fortaleza que deben defender sin tregua contra sus rivales; es en su vida de relación la medida de todas las cosas, y por ello en el párrafo arriba citado lealtades y afectos se expresan y se miden en pesos y reales. Puede ser sorprendente que las laboriosas explicaciones que Martínez ofrece a la dama que controla los cordones de la bolsa de esta opulenta familia giren en torno a cifras que sólo iban a aflorar en la correspondencia de la contemporánea familia de Funes una vez caída esta e la más extrema penuria (en efecto, lo que el celo de Martínez y el afecto de los doctores que examinaron al nuevo licenciado ha restado a los 255 pesos de propinas y agasajos vinculados con la ceremonia sólo alcanzó, en los muy generosos cálculos de aquel, a 55 pesos); pero es que esas cifras miden tanto la disposición del síndico de las Teresas a poner al servicio de su patrocinadora las ventajas que derivan de su posición, no descollante pero tampoco insignificante, dentro de las elites cordobesas, cuando el afecto que los examinadores tributan al vástago de los Belgrano Peri.  Y por esta razón resulta esencial que llegue a estos noticia precisa de quiénes de entre esos examinadores, afrontando el modesto sacrificio pecuniario que les permitían sus limitados recursos, habían ofrecido un irrecusable testimonio de su lealtad a la gran familia con cuyo favor contaban. Esa lealtad hizo posible que la máquina de combate encabezada por Domenico y María Josefa funcionara en la ocasión con la máxima eficacia, y las cifras incluidas en la misiva antes citada reflejan también las consecuencias que ello alcanza en la relación entre esta y las familias rivales con quienes comparte la cumbre de la sociedad indiana.  Se menciona en ella a Juan Ignacio Gorritu, el condiscípulo dos años mayor que Domingo Belgrano González, cuya familia, que contribuyó tanto como la de este a sugragar los gastos inherentes a la promoción de ambos al grado de licenciado en Teología, figuraba entre las más influyentes de la vecina intendencia de Salta del Tucumán  -e iba a acrecentar aún más esa influencia una vez derrumbada la  monarquía católica-, y quien quedó totalmente marginado de la celebración de la que fue figura estelar quien en la correspondencia del capellán de las Teresas era respetuosamente invocado como «mi Don Domingo», y que, nacido el 13 de noviembre de 1768, tenía exactamente diez años de edad cuando coronó con tanto brillo la primera etapa de su formación.  La presencia de la parte tan considerable de la elite cordobesa que había acudido como a una cita de honor al festejo al que dio morivo la graduación del precoz licenciado es quí más significativa que el lenguaje que un paniaguado de sus padres emplea para evocarla.  Como no deja dudas el testimonio de Martínez, y era por otra parte invevitable en esa elite en perpetua guerra civil, el sector más cercano a la «comunidad de Santo Domingo», en torno a la cual el linaje de Belgrano había organizado su vida de piedad desde sus remotos orígenes ligures, y cuyos conventuales cordobeses habían concurrido en pleno a los festejos, tuvo en ellos el papel  protagónico, en compañía de quienes dentro del clero secular soportaban mal que tanto el colegio de Montserrat como la universidad siguieran en manos de la orden franciscana.  Pero si todo esto es muy claro y comprensible, no deja de ser notable que fuese el triunfo de un miembro menor de una familia que en rigor no pertenecía a la orgullosa elite cordobesa el que diera ocasión para que ese sector tan largamente postergado dentro de ella invadiera el espacio público con una celebración que era a la vez un desafío…

 

Φ

 

by Princess, testigo mudo de               la historia patria

¡Princess volvió para quedarse!: Nightmare

31 Jul

 

 

¡Como siempre en las pesadillas!: «algo» nos impide correr cuando teníamos que escapar, una garra «invisible» nos hace tropezar y caer cuando debíamos huir o, la voz no nos «sale» cuando queríamos y aún más, era imperioso hablar.  Al fin y en algún momento, despertamos aliviados porque sólo se trata de eso, de los malos sueños. Mi mal sueño fue angustioso, ¡como corresponde!, y hasta gracioso en su ridiculez pesadillesca: ¿Quiénes eran todas esas personas que habían invadido mi casa?. ¿Por qué nadie parecía registrarme?, ¿Qué hacían allí si ni siquiera les había permitido entrar?.  Pero nadie me escuchaba, como también corresponde en el mundo pesadilla. Y nadie me escuchaba por una sencilla razón… no podía emitir más que un hilo ruinoso de voz en medio de un sonido ambiente demasiado intenso, rebosante de música estridente y conversaciones a los gritos.  Todos parecían muy entretenidos, hablando con gran animación entre risotadas algo fuera de lugar aunque por lo visto, muy apropiadas a esas extrañas circunstancias.  Sobrevino lo peor pero muy adecuado y coherente con el universo pesadilla, y es que todas estas absurdas personas hasta se preguntaban, muy asombradas, quién cornos era YO y qué cornos hacía ¡en mi propia casa!.

 

Ω

 

Por un momento mi voz pareció volver; ahora sí podrán escucharme, pensé, algo ilusa hasta en la ilusión del sueño. Así era y me sorprendí hablando normalmente y llamando la atención de alguna de esas extrañas,  invasivas y desagradables personas: «Yo soy A. -alcancé a decir- y vivo en esta casa que es mi casa».  Incluso y por las dudas, hasta  grité la dirección: «Calle M. 1115». Obvio, allí estábamos. Mi interlocutora pareció registrarme, porque creo recordar que era una mujer.  Pero eso no produjo ninguna consecuencia inmediata y todo siguió más o menos igual.  Yo sabía, como se sabe en los sueños, ¡porque sí!, que mi voz había regresado por poco tiempo, así que debía aprovecharlo y lograr que me escucharan antes de que me hundiera en otra agónica disfonía.  Murmuré en sueños, desperté algo angustiada y gritando no sé qué cosas, quizás que se fueran de una vez.  ¡Buena suerte la mía!: salida del mundo de Morfeo, no había nadie a mi alrededor; podía hablar, tal como lo confirmé enseguida  y hasta reírme -mucho- de mis inútiles esfuerzos en el mundo nightmare, mundo en el que me permito recordarles la futilidad de esfuerzo alguno. Mundo que es, por definición,  siempre húmedo, oscuro, espeso y pegajoso.

 

 

Ω

 

 

 

"Morfeo", uno de los mil hijos de Hipnos; es el que se ocupa del contenido animado de los sueños. Óleo de Jean Bernard Restout

            «Morfeo»; óleo de Jean Bernard Restout; (1732-1797) 

 

¡Último momento!: Princess abandona las redes…

28 Jul

-HOY-URGENTE-

by Princess, su corresponsal en la Atenas del Plata

by Princess, su corresponsal amiga en la Atenas del Plata

¡Queridísimas chikas y, como siempre, dejando a los aburridos chikos afuera!: La de siglos que habrán pasado desde mi vida anterior y el retomar de la nueva, la presente.  Es así nomás, hasta las estreshas nos cansamos de a ratos. Si bien yo tengo la impresión de haberme cansado para siempre -y dije “cansado”, no “casado”- la verdad es que nunca se sabe.  Como estresha que soy, lo confieso sin titubeos, vagaba algo podrida por redes varias: sí, I know, si no era por mi profesión de abogada, era la «presión» por hacer videos temáticos, ni hablar de mis inconvenientes de salud que casi casi me llevan puesta y derecho a ver las plantas de cannabis desde abajo, o eran mis tragedias de amores perdidos y nunca encontrados, en fin, que hasta de mí misma me cansé.  Sin embargo, estoy de vuelta, de vuelta al pago, recuperando este cascoteado blog, modesto, casi trucho, accidentado y sobre todo mío.  Repasé viejísimas entradas, ¡más de una década!, aunque me parezca increíble casi, un rejunte «so» ecléctico de textos propios, textos ajenos, cartas a amigas de mentirita, historias de vida un tanto parodiadas y alteradas, recetas de cocina moderna  para la mujer rápida, mudanzas de ciudad y pseudo notas en la falsa revista La Mujer Moderna… algo así como la locura hecha mina, o sea, yo.

Y me encontré con mil sorpresas, incluso, en este benemérito alojamiento de blogs imposibles:  las últimas, modernas y nuevísimas novedades -algo que me hincha bastante-,  la desvinculación respecto de ciertas redes, y, como es obvio, una cierta desprolijidad en mis últimas publicaciones producidas entre las nubes de la muerte y el fentanil  -esas son CIERTAS, debo aclararlo-, ¡se hacía lo que se podía!.  Pues tantas aventuras me hicieron replantear mi mundo: por el momento, (presten atención corresponsales del planeta y aledaños), abandoné las así llamadas REDES SOCIALES. Bué, «abandonar» es un decir: no es algo definitivo ni lo se, siquiera; simplemente, es necesario para mí, chikas, así de simple es la vida.  Me siento agradecida al Derecho que sigo aprendiendo, ejerciendo en parte, amando siempre. Pero la verdad es que me dió un poco por la vuelta a la infancia y a mi más que lejana juventú: ¿recuerdan esos tiempos en los que leíamos absolutamente todo lo que cayera en nuestras manos, hasta los prospectos de los medicamentos y las revistas sensacionalistas prohibidas en casa?. Y con ello, también leíamos a los grandes escritores, o, al menos, a los que nos gustaban, así, sin más, al divino, divinísimo botón, sin tiempo, sin límite, porque sí.  La vida es muy muy corta, y si bien es algo que siempre decimos, experimentarlo es otra cosa. Así que Princess!, a lo tuyo, a los libros que no son «de Derecho» o que, al menos, «no son para estudiar y trabajar» y de regreso a la nada  misma, al genial limbo de la lectura en las siestas de verano o en las camas calentitas del invierno, a escribir pavadas en libretas que siempre se perdían o se tiraban al tacho de las penas de amor. AmigAs queridas, Princess está de vuelta.  Coming soon!, en su sala de barrio y en este raro espacio perdido en el ídem.

Memorias de fentanil -VIII-

14 Dic

 

Viaje a Texas

 

 

Una familia de inmigrantes mexicanos instalados en Texas me invitó a compartir su vida, la casa familiar, el trabajo y sus sueños. Feliz de estar allí fui conociendo el lugar y esos cielos maravillosos en una zona inmensa y algo desértica. Durante la semana trabajaban en su finca y en otras, como recolectores o en los mil esfuerzos del campo; en los días festivos y en los fines de semana llevaban adelante, con mucho empeño, un proyecto propio: el servicio de catering de fiestas, casamientos, cumpleaños de quince y bautismos, especialmente las mesas dulces y una lindísima repostería. Allí partían en una combi acondicionada que cargaban con esmero y prolijidad, ayudados por toda la familia. De hecho, los acompañé el primer fin de semana de mi estadía; salimos al atardecer del campo y viajamos hacia una ciudad extrañamente parecida a Buenos Aires… ¿o era «Buenos Aires»?. Como fuere, llegamos al coqueto salón ubicado en una calle fentanílicamente parecida a la Avenida Santa Fe de los elegantes años ’60. Pero era en Texas nomás…

 

 

El trabajo, muy intenso, llegó a su fin casi de madrugada: estábamos muy contentos aunque cansados. Cargado y aconndicionado todo para el regreso, partimos en la esperanza de un domingo holgazaneando. Cruzamos la ciudad, salimos a rutas todavía oscuras, entre chismes y risas. Me sorprendió encontrar un «puesto sanitario», en medio de la nada: ¿qué estarían haciendo?. Entre visiones confusas recordé haberlos visto más temprano, al llegar, en la fentanílica Avenida Santa Fe… de Texas. Había cruzado unas palabras con ellos entonces. Por alguna «razón» o quizás por tratarse de la segunda oportunidad en que nos veíamos, nos detuvimos a saludarlos y preguntar cómo iba todo. Para mi sorpresa, una médica y un médico argentinos, jóvenes y entusiastas, bancaban la parada en pleno cruce de esos caminos poco frecuentados y oscuros. Me preocupé por su seguridad, ¡allí les podía pasar cualquier cosa!. Bajé a preguntarles por tan extraña actividad y me explicaron que sólo podían aspirar a trabajos de ese estilo para poder revalidar sus títulos y progresar algo más, otro duro camino de inmigrantes. Debían tomar muestras de sangre para estudiar y analizar estadísticamente… «algo», según creí comprender, la presencia de determinados virus en la sangre. Anotaban todo prolijamente en fichas de gran tamaño, en plena oscuridad y en la fría noche del desierto. Me escuché diciendo: «Las muestras están contaminadas, no serán útiles», pero… ¿cómo sabía eso?. Lo mismo me preguntaron los médicos y mi respuesta fue «Es que vengo del futuro y ya lo vi». Y así fue: supe, de algún modo ignoto, que esas muestras y todo el trabajo y sacrificio que implicó tomarlas y registrarlas habían sido inútiles, ¡estaban contaminadas!. Seguimos viaje, tomando caminos menos transitados a medida que nos acercábamos a la finca. Alguien tuvo una idea loca: ir al cine antes de caer rendidos en la cama. Me resultó extraño, ¿dónde habría un cine funcionando a esa hora y en medio del campo?. Pues así era; se trataba de un cine pueblerino reinando sobre la nada y frecuentado por toda la colectividad mexicana. tan amante de su propio cine y de los clásicos de todos los tiempos. ¿Qué película daban?: eso es algo nebuloso, difuso en mi mente. Eso sí, ¡era un clásico!, bastante extenso por cierto, quizás un western o West Side Story. Pero allí estábamos y aguantamos hasta el final, incluídos los créditos muy bien musicalizados y hasta una rayita que atravesaba la pantalla y se extinguía indicando que todo había terminado.. Un gringo se sorprendió de tanto fanatismo por el cine y más aún de que nadie se levantara de sus asientos hasta que la pantalla se oscureciera definitivamente y el cine se iluminara. Pues a mí no me pareció nada extraño, ¡todo lo contrario!. Llegamos a casa al fin, ya despuntando un glorioso amanecer, pintado con restos de nubes rosadas y naranja.

 

 

El domingo descansamos; el almuerzo tardío, rebosante de especialidades mexicanas, estuvo exquisito. ¿Querés pasear en la combi?, me preguntaron en al caer la tarde y eso sonó fantástico. Sí, quería: y partimos a ritmo lento, atravesando la pequeña ciudad cercana mientras me contaban de todo y sobre todos. ¿Ves esa casa? me dijeron señalando hacia un costado de la calle. Miré y vi un frente vidriado en el que alguien, un señor ya entrado en años, lucía quieto y apesadumbrado, sentado en un sillón, con la mirada perdida en vaya a saber qué vacío. Mis amigos me contaron que se trataba del tío de Selena Quintanilla, asesinada cruel y absurdamente tantos años atrás. Al morir de esa horrible, inesperada manera, uno de sus tíos había heredado la que fue su casa. Ominosas nubes de tristeza se extendían como en una pesadilla, nada había vuelto a ser como era y nadie se había recuperado ni siquiera con el paso del tiempo. «Pasemos por el memorial de Selena, así lo conocés», escuché vagamente. Y pasamos, despacio, como en un cortejo fúnebre: allí estaba, rodeado de una pequeña cerca blanca y repleto de regalos, peluches, cartitas y flores frescas. Me invadió una pena infinita y pregunté si estábamos en Corpus Christi entonces, la ciudad en la que Selena había llegado al mundo…

 

 

 

 

 

 

 

Memorias de fentanil -VII-

28 Nov


De valquirias, repostería y tragos en la mansión de Barrio Norte


¡Al fin en la habitación común!: no obstante, yo la veía «invertida». ¿Por qué la ventana estaba enfrente y la puerta donde antes estaba la ventana?. Quizás, en mi ausencia, habían reformado algo. ¿Y esa escalera interna por la que miraba pasar a una joven madre con su niño internado?, cosa extraña, ¡nunca la había visto!. Entre cierta bruma observé la habitación conectada con la mía por un baño común: allí estaba Susana, como antes, dándome la bienvenida. Me «sorprendió» que hubiera conseguido una ¿ocupación? en el hospital ya que la observé muy instalada en una especie de recepción improvisada dotada de una mesita y un teléfono; se encargaba de responder llamados, recibir correspondencia y organizar las visitas. Las enfermeras me dieron la bienvenida; entendí que era un milagro estar allí, viva y, al parecer, ellas también lo celebraban. Parece que se sorprendieron con mi resurrección, como si hubiera sido rescatada de un naufragio. El pequeño detalle es que me iba ubicando, por decirlo de algún modo, y cobrando cierto impulso, aunque algo… desorientado, rebeldón y contestatario: hice unas cuantas, todavía sin comprender el cabal alcance de mis acciones; entre otras, y la ¡peor!, arrancarme la sonda nasogástrica por la que me alimentaban, muy campante. ¡Era un chino volver a colocarla! y la más brava de todas las enfermeras procedió en consecuencia. Traducido al idioma de nuestra patria, el petibonés, tomó cartas en el asunto y ordenó sujetarme por las muñecas a los bordes de la cama. «Ojo con ésta que no sé cómo hace pero se desata», la escuché putear entre nubes. Y añadió, muy directa y práctica: «Si seguís hinchando, llamo al psiquiatra para que te duerma, ¿vos entendés lo que te digo?». Y eso me avispó… ¡gracias por ser tan frontal!. Volví al planeta Tierra y me escuché contestando: «Lo entiendo perfectamente; todo bien con el psiquiatra ¡pero que no me inyecte nada! porque estoy intentando bajarme de esta calesita, no quiero más drogas, por favor». Y cerré con una reminiscencia carcelaria, posible tic debido a mi trabajo: «Tranquila, yo me voy a rescatar, lo entiendo perfectamente». Entre la bruma que era entonces mi mente comienzo a escuchar la palabra «fentanil» ya que en los controles y cambios de turno las enfermeras se preguntaban si me lo habían dado junto con tooooooda la medicación. Nuevamente aparecieron los gajes de mi oficio; el fentanil, como todos los opioides, es una sustancia fiscalizada, un estupefaciente controlado. Y con el resto de seso chamuscado que me quedaba traté de recordar si era mencionada en la Convención Única de Estupefacientes; así era, pero…¿en qué Lista lo habían ubicado, la I o la II?. Tan zombie no estaba: sí, el fentanil , el opio y muchísimos de sus potentes derivados naturales o sintéticos… estaba ubicado en la Lista 1, la más restrictiva.

Por momentos, yo no estaba en «esa-mi» habitación: era otro el lugar aún pareciendo el mismo. En la realidad paralela había regresado a dos «no-lugares»: mi habitación en la sala común -aunque la enoontrara algo cambiada y ubicada en una especie de edificio auxiliar que pertenecía al hospital paralelo de mi locura- y, además, al petit hotel que era mi hogar (?) ubicado en una zona muy selecta de la ciudad. Mi fentanílica familia paralela estaba integrada por mis padres y dos hermanas mayores. La vida social en la casa era muy intensa; teníamos visitas amistosas, literarias, protocolares y de todo tipo. De modo que yo me ocupaba de dirigir la cocina y muy especialmente, el servicio de té incluyendo una selecta repostería que preparaba personalmente, ¡una gran variedad de tortas clásicas!. En este mundo alternativo se sucedían fiestas, bailes, visitas de notables y una magnífica recepción dedicada al grupo de aviadores argentinos que habían realizado el primer vuelo transantártico. Esa fiesta fue sensacional: una orquesta digna de los ’30, la cena perfecta, el baile y la presencia de los aviadores estilo von Richthofen, el afamado Barón Rojo, sus esposas y familiares. Alguien que integraba la delegación chilena (?) cantó una preciosa canción, muy al estilo clásico de la Sonora Matancera, un tema de amistad americana y «aeronáutica» que hacía mención a tantos hechos históricos que nos unían. ¡Estaba en la algo ominosa década del ’30!, su ambiente, la moda, la música y las costumbres de la época. Un detalle me pareció sorprendente: si bien la algo decadente mansión se ubicaba en el corazón de la ciudad, tenía un embarcadero, una marina. Supuestamente permitía que aquellos que llegaran con sus embarcaciones por el río accedieran de manera directa a la casa. Y esto se lograba por un complejo mecanismo de llenado y vaciado de diferentes espacios y su conexión con el río. De hecho y estando en mi dormitorio, vi acercarse una pequeña embarcación por la ventana, ahora convertido todo en una pecera gigante o en la parte sumergida de un barco.

La real realidad es que estaba casi inmóvil en mi cama de la sala común, muriendo de calor, para más datos y enchufada a unas cuantas sondas y guías. Hubiera preferido seguir de pachanga en mis rumbosas fiestas pero, para mi sorpresa, ¡no todo estaba perdido!: una visita inesperada me llenó de alegría. Tres valquirias estilo Aubrey Beardsley, magníficas y un tanto lánguidas, vinieron a mí con anuncios. Me pregunté de dónde habían salido, cómo fue que llegaron, todo esto al tiempo de «viajar» por los desolados paisajes nórdicos que supuse su hogar, tan fríos y grises, casi sin vegetación y barrido por los vientos. Era una extraña visita ya que no debían ser vistas, como las «verdaderas» valquirias, por otros o cualquier ser humano bajo pena de perder sus alas, sus poderes y convertirse en simples mortales. Supuse también que, como todas ellas y junto con las Nornas, sus primas, cuidaban del árbol Yggdrasil con enorme paciencia, día tras día y a pesar de los horribles roedores que comían sus raíces pretendiendo secarlo. Y no era para menos semejante labor: a los pies del árbol mágico nacían todos los ríos y las aguas del mundo. Ni qué hablar de que, en sus ratos libres, llevaban en sus caballos hasta el Valhall a los guerreros caídos en el campo del honor. ¡Y se habían dignado a visitarme!; me pregunté si habían caído con la delegación danesa en ocasión del agasajo a los aviadores, pero el punto es que sólo yo podía verlas. Mis intereses eran algo más prosaicos, aunque los interpretaron a la perfección. Así es como me informaron de ciertos poderes a mí concedidos, poderes que tampoco debía mostrar en público aunque sí disfrutar de ellos en secreto. ¡Tenía que esperar a que todo el mundo durmiera y podría cumplir mis deseos!, especialmente levantarme de la cama, moverme hacia algún lugar, no sentir molestias ni dolores y al fin, conseguir lo que quería por mis propios medios. Más tranquila y reconfortada me decidí a esperar ya que, en algún momento, entrada la noche, todos dormirían. Divinas estas chicas de trenzas larguísimas y doradas, tan gentiles y mágicas: antes de desaparecer, quizás volando, me contaron que habían dejado todo preparado en una mesita auxiliar cercana, esto es, una botella de gin, rodajitas de pomelo y agua tónica, ingredientes perfectos para preparar el mejor gin tonic. Lo sé. un destino demasiado banal para estos poderosos seres si bien confirmando mi idea de lo gauchitas que eran, ¡muy «sororas»!. Con todo, tuve que esperar para el gin tonic, esperar hasta llegar a casa, meses después. Pero entonces, no lo sabía…

Memorias de fentanil (VI)

20 Oct

Lo que abunda no daña: la intercesión de Juan Pablo I


¿Qué puede hacer uno en ese tiempo sin tiempo de la Terapia Intensiva?. No alcanzaba a comprender del todo…¡todo lo que había sucedido!; afortunadamente, ni lo comprendía muy bien ni recordaba NADA de esos cinco o seis días de limbo en los que fui inducida al sueño profundo. Mucho menos recordé que estuve entubada y a punto de irme para la quinta del Ñato a ver los rabanitos desde abajo y que había entrado nuevamente a quirófano para que me «cosieran». ¡Sólo Alá es el más sabio! Y los médicos, porque yo no me enteré de nada.

Pero todo termina en esta vida así que llegó la hora de despertarme y ver, si al menos, recordaba mi nombre y dónde estaba: lo recordé perfectamente. Ahora yo debía aguantar (ya despierta y ¡sin tubo!, o sea… respirando por mi cuenta) unas cuarenta y ocho horas más. Verían cómo respondía y, si todo iba bien, volvería a la sala común. Aunque parezca insólito, volver a la sala común me sonó a vacaciones en Hawai. Y se convirtió en mi norte. Mejor me estaba poniendo aunque o quizás por eso, fueron las cuarenta y ocho horas más largas y locas de mi vida. Was tun?, o, como diría Lenin ¿Qué hacer?: y éste fue mi «plan». Consistía en una prioridad absoluta tal como RESPIRAR; pasara lo que pasara y aún no pudiendo ni sentarme, toser o moverme a excepción de los pies y los dedos de las manos; simplemente tenía que respirar tranquila y con buen ritmo, sin miedo. El miedo es algo tremendo: no puedo moverme ni siquiera decir más de dos palabras, ¿puedo alcanzar un timbre en caso de emergencia?. La verdad es que NO, y eso es el miedo: estoy sola casi todo el día y toda la noche, apenas se asoma alguien a ver el monitor; con suerte, me toca y me cambia… ¿Y si me muero asfixiada?. Se sigue que mi único objetivo en la vida era respirar; así fue y cada vez que me volaba en mis locos viajes de fentanil, la respiración y el conteo me hacían volver. ¡Moría de una sed que nunca conocí de ese modo!, pero como no podía tomar agua, entre mis sueños nadaba en piscinas rodeada por tres millones de botellas de agua mineral y pensaba en mil estrategias locas para convencer a médicos y enfermeros para que me dieran un poco de agua. Debo decir que tuve mis modestos avances en este punto, aunque eso será motivo de otra historia. Muy bien: prioridad absoluta RESPIRAR. ¿Y que más?, porque las horas eran infinitas. Y allí apareció mi otra «activad» de prioridad relativa: REZAR con ritmo y coordinar con la respiración. Ahora bien, ¿cómo y qué rezar?. Obviamente desempolvé todo mi archivo, por ejemplo «Al Buda en busca de refugio voy, al Dharma en busca de refugio voy, al Samgha en busca de refugio voy», y muchas más que ni sabía que recordaba.

Había escuchado en mi vida «anterior» un reportaje por la radio. Hablaba una señora cuya hija -única y muy joven- fue internada en Terapia Intensiva con pésimo pronóstico. ¡Pobre piba y pobre madre!, pensé. Entonces, esta señora que tenía mucha fe, le pidió a un conocido sacerdote que la visitara, que la acompañara. El sacerdote así lo hizo además de sugerirle que rezara pidiendo la intercesión de ¡Juan Pablo I! y le dejó una estampita con la oración. De paso le contó que ya se había producido un «milagro» por la «intervención» del que fuera Papa apenas ¿unos meses? y que debido a esto, un enfermo grave pudo superar el trance y vivir. Por supuesto, así lo hizo la madre y resultó, contra todo pronóstico, que la hija se salvó y estaba muy bien. OK, pensé yo en mi mambo fentanílico, ni pienso discutir la causalidad de todo esto, no obstante, ya que estoy, pruebo y le rezo también a él (soy muy ecléctica y no puede estar de más orar, así que lo voy a hacer, elucubré cual filósofo trucho). Pero surgió un pequeño problemita: ¿Cómo era la famosa oración?. No lo sabía, sólo recordaba el reportaje. ¡Imposible conseguirla, si casi ni hablar podía!, tenía que encontrar otra solución: con paciencia recordé el Padre Nuestro y pude acomodarlo razonablemente en mi cabeza al tiempo de combinarlo con la respiración. Por un momento se me ocurrió que Juan Pablo I, al escucharme, se preguntaría ¿Y esta réproba condenada a las penas del Infierno, de dónde salió?. No obstante «decidí» que eso no sucedería ya que el Señor toooooooodo lo escucha, otra que Freud, ¡las cosas que oirá!!. Y me mandé con el rezo a full. Desconozco los misterios de la «causalidad» inescrutable del Señor, que sólo Él conoce, pero el hecho es que aquí estoy. Concedo, no obstante que Buda puso lo suyo y así otros, que tanto me ayudaron. Ya lo dije: soy amplia, ¡joya, nunca taxi!